20120911


- ... El estar con una persona, o con varias. El acostumbrarse a su presencia, a sus gustos, a sus cualidades y defectos. Tú sabes que nunca te ha gustado... No sé, el cola-cao. Los grumitos te parecen lo peor del universo, ¿vale? Bien. Tú vives con ello, te gustan muchas otras cosas. Pero un día cualquiera, esa persona te recuerda cuánto le gusta el cola-cao y sin darte cuenta se te apetece. Y no le das importancia, claro, ¡vaya tontería! Pero otro día, mucho después de esa conversación, te ves estudiando y dices, tengo sed; me apetece un cola-cao. Y te lo preparas, y ves esos grumos que tanto asco te daban. Te llevas uno a la boca, lo explotas entre la lengua y el paladar y te sabe bien. Incluso te gusta. Mucho. Sigues estudiando y el cola-cao se te acaba, y para tu sorpresa, casi inconscientemente, vas a la cocina a por más y te preparas otro vaso, esta vez más lleno. Y mientras estás estudiando ves una frase en tu libro de literatura que te llama la atención: ''El poeta insta también a la fusión amorosa plena entre los amantes que implica la destrucción, la muerte, el vivir transformado en otro.'' Vicente Aleixandre. Y miras el cola-cao y piensas, «Por Zeus, se tienen que juntar todas las casualidades en el mismo momento.» Que vaya, lo que te digo. Que no sé si me importa o no, pero es lo que hay. Y, qué quieres que te diga, nunca estuve hecha para éstas gilipolleces.

20100908

Miedo. Miedo que me desgarra, que me ahoga, que me hace enloquecer. Miedo que me gana todos los pulsos. Miedo que me aísla del mundo real, que corta los hilos. Miedo irascible, cabrón, que me susurra que voy a perder. Que no me deja pensar… Miedo que es un eco del suyo, aún mayor. Miedo que duele; que duele de verdad, en el estómago y bajo las costillas. Que me hace hiperventilar. Que desborda las lágrimas. Que hace que mi piel se ponga de gallina. Que no me deja dormir. Que se come mi hambre y las ganas de caminar. MIEDO, con mayúsculas. Miedo agonizante. Que no se deja engañar por nada ni nadie. Miedo por la persona adorada. Miedo que te marea y te lleva al fondo. A la oscuridad. Ése que hace que la cabeza te de vueltas y te hace abrazar la almohada. Miedo que te hace enmudecer y llorar, que hace que supliques y solloces en silencio. Miedo que nadie más que tú entiende.

Miedo que, sin embargo, deja pasar un rayito de esperanza. De confianza. De luz…

De su luz.

Desnuda e Inocente.

Para ella, el día comenzaba cuando se iba el sol. Cogía su bolso, echaba el mini bote de laca dentro, las llaves, preservativos, cosas de las que suelen llevar las mujeres, lo cerraba y se iba dejando a los niños dormidos. Tenía 26 años y ya tenía dos cosas por las que mataría. No podía evitar preguntarse si volvería a verlos.

Una vez en la calle, respiraba el aire fresco y echaba a andar. Rápido, con miedo de que alguien la siguiera. De que las vecinas comentaran. Llegaba al edificio, se metía en su cuarto personal, y esperaba a que la dieran indicaciones. Esa noche tocaba disfraz. Liguero, faldita corta, cofia de enfermera. Le parecía de lo más vulgar pero, como se recordaba de vez en cuando, era con lo que podía dar de comer a sus hijos. Avisó de que estaba preparada e inspiró hondo. Se sentó en la cama con cara inexpresiva. Cuando abrieron la puerta, ya mostraba una sonrisa insinuante, las piernas cruzadas y un escote de campeonato.

Cuando él terminó, tenía una zona un poco más oscura en la nalga izquierda. Fruto de la pasión. La había llamado de todo, pero a ella eso no le importaba. Los clientes solían pensar que así las ponían a tono, pero qué va.

Así, tumbada, parecía una niña desnuda e inocente.

Recogió el dinero, se vistió y se fue a casa. Al llegar, se apoyó en la puerta. La cabeza le daba vueltas. Miró en la habitación de los críos y les vio dormidos, tal y como les había dejado. Al menos ellos seguían ahí. Se duchó, frotándose fuerte, para quitarse a todos aquellos hombres de su piel. Era lo único que sabía hacer, ser una puta. En momentos de depresión, pensaba que no servía para nada más. Se secó, se puso el pijama y fue a la habitación a tumbarse.

Echaba de menos el amor. Pero no del que ofrecía ella, eso no. El amor de verdad. El que te abraza por la cintura por la noche y te recuerda lo guapa que estás aunque te encuentres feísima. El amor de una familia estructurada y completa. Sí, parecía que a sus 26 años eso todavía casi estaba por aparecer. Pero ella se sentía como alguien que ya ha vivido una vida.. Y parte de otra.

Es curioso como la vida te da algunas cosas de la forma que menos te gustaría tenerlas.

20100707

Tic; tac.

Tic; tac.

Tic; tac.

Tic; tac.


El gato marca con su brazo imantado los segundos.


Tic; tac.


Pero hoy, más que nunca, creo que podrían ser los últimos.

Quizá sea verdad y nos traiga fortuna.


Vivía con la esperanza de no tener que ser presa de los segundos ni del tiempo, hasta hace poco. Todos, y no se salva nadie, pasamos a ser sus vasallos. Y, más aún, cuando no somos presos del tiempo propio, sino del de la persona amada.

Y tratas de apartar “el final” de tu mente con excusas tan pobres como desesperadas:

- No estamos preparadas

- Somos muy jóvenes para sufrir así

- No se lo merece

- No ha hecho daño a nadie

Etcétera.


Tic; tac.


Tonterías.


La naturaleza está cansada de historias milagrosas con final feliz; quizá por ello sea que usa tanto al azar. Por mucho que grite, que llore, que suplique o me ofrezca como sacrificio humano, pasará lo que tenga que pasar. Pero, aún sabiendo esto, seguimos gritando, llorando… Suplicando.


Tic; tac.


No hay vuelta atrás. Los tictac no vuelven, son definitivos.


No cambian.


Y te das cuenta de que…

Estás a punto de conocer la diferencia entre vivir… Y existir.

20100621

Cuento

Conocí a una persona a la que los atardeceres le asustaban cuando era pequeña. Y eso era porque creía que cuando el Sol se iba tanto, todos los días, era porque estaba muy enfadado, todo rojo y caliente. Y creía que algún día se iría para siempre. Pero alguien le contó que el Sol se iba porque era todo un caballero, y como sabía que la Luna también quería salir a vernos, tenía que dejarle espacio. Pero la Luna siempre se aburría y al poco tiempo, por la mañana, se iba a visitar a otra gente; había veces que se quedaba por ahí. El Sol siempre volvía. Y eso, le dijeron, era porque ella era una de sus preferidas en la Tierra.

Desde entonces, adoro las puestas de Sol.